Protagonista o víctima — Vos decidís.
Hay una escena en Alicia en el país de las maravillas donde Alicia le pregunta al gato cómo salir del lugar donde está.
El gato le responde con otra pregunta:
—¿Hacia dónde querés ir?
—No sé, no importa —dice ella.
Entonces el gato, tranquilo, sentencia:
—Si no sabés a dónde vas, cualquier camino sirve.
Y esa escena, aunque sea de fantasía, es un espejo brutal de lo que hacemos todos los días.
Queremos cambiar. Queremos avanzar. Pero no definimos el destino.
Y si no tenés claro hacia dónde vas, cualquier distracción te puede parecer una excusa válida para frenar.
Ahora bien, cuando definís tu objetivo —cuando decís “yo quiero ganar 200.000 pesos, vivir en otro país, tener un negocio rentable, construir una familia presente”— inevitablemente va a aparecer el otro protagonista del camino:
los problemas.
Y eso es lo que muchos no quieren ver:
Los problemas no son señales de que algo anda mal. Son parte del trayecto.
De hecho, son los que revelan tu verdadero nivel de desarrollo emocional.
¿Por qué más gente gana 20.000 pesos que 200.000?
No porque sea más difícil técnicamente.
Sino porque el camino hacia los 200.000 está lleno de obstáculos que exigen otra musculatura emocional.
Y en ese trayecto, la mayoría no fracasa.
Desiste.
Porque duele.
Porque cansa.
Porque implica cambiar.
Y entonces aparecen las justificaciones:
“El país no ayuda.”
“El presidente no sirve.”
“No tengo tiempo.”
“Mi pareja no me apoya.”
“Mis padres no me dieron oportunidades.”
Y caemos en la trampa silenciosa de la víctima.
¿Y sabés qué?
Las víctimas no vencen.
Las víctimas consiguen atención.
Pero no consiguen transformación.
El victimismo se instala cuando creemos que la situación que enfrentamos es más grande que nosotros.
Y es una creencia aprendida.
De nuestros padres, de nuestros abuelos, de la cultura.
Te doy un ejemplo sencillo:
Un niño se cae en la plaza. Si nadie lo está mirando, se sacude y sigue jugando.
Pero si ve que los padres están atentos, se pone a llorar.
¿Por qué? Porque tiene una platea.
Y nosotros, adultos, seguimos haciendo lo mismo.
Nos victimizamos cuando hay alguien mirando.
El problema no es la dificultad.
Es la historia que te contás sobre esa dificultad.
Y cuanto más repetís esa historia, más real se vuelve.
“No tengo tiempo.”
“No tengo recursos.”
“No puedo.”
Mentira.
Te lo pruebo con un ejemplo brutal:
Si tus hijos estuvieran secuestrados en el baúl de un auto y solo los liberaran si hacés un video todos los días durante un mes…
¿Lo harías?
Claro que sí.
Entonces, sí podés.
Solo que hasta ahora no tuviste la urgencia ni el compromiso interno para hacerlo.
Todo lo que necesitás ya está dentro tuyo.
No te falta motivación. Te falta decisión.
No te faltan recursos. Te falta protagonismo.
Y ojo, no digo que todo te tenga que gustar.
Podés no querer hacer algo.
Eso es decisión. Eso es libertad.
Pero no digas “no puedo”.
Decí “no quiero”.
Y hacete cargo.
Porque cuando te asumís como protagonista, ganás poder.
Y cuando ganás poder, empezás a diseñar la vida que querés, no solo a sobrevivir la que te tocó.
¿Querés algo distinto?
Vas a tener que hacer cosas distintas.
Y sí, va a ser difícil.
Pero todo lo que te hace crecer, al principio incomoda.
Dejá de decir que no tenés lo necesario.
Lo tenés en la cabeza, en el cuerpo, en el teléfono.
Tenés libros, cursos, videos, personas, herramientas.
Nunca en la historia fue tan fácil aprender.
Nunca fue tan difícil sostenerse sin actuar.
Entonces la pregunta final no es si podés.
La pregunta es:
¿Cuándo vas a dejar de excusarte y empezar a actuar como si ya fueras quien querés ser?
La vida no se va a ordenar para que te animes.
Te vas a tener que animar para que se ordene.
Bienvenido al juego real.
No siempre es cómodo.
Pero es completamente tuyo. 🐺