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Dominando los estados emocionales

Dominando los estados emocionales.

Para desarrollar nuestra maestría emocional —ese superpoder que nos permite avanzar hacia nuestros objetivos sin procrastinar, sin culpar a otros, sin caer en el papel de víctima—, necesitamos comprender que todos atravesamos diferentes estados emocionales. Y lo más importante: que tenemos estrategias para entrar o salir de ellos, si aprendemos a reconocerlos.

¿Sentiste alguna vez rabia, tristeza, miedo, alegría? Claro que sí. Todos los sentimos. La diferencia está en cómo los gestionamos.

Cuando nos sentimos frustrados, el cuerpo lo muestra: se vuelve pesado, la respiración se hace lenta, los hombros se encorvan. Nos escondemos en la cama. Nos apagamos. Lo que quizás no sabés, es que cada emoción que sentimos tiene un protocolo, un patrón físico y mental que activamos casi sin darnos cuenta.

Desde que somos chicos, fuimos desarrollando estos rituales internos que nos colocan en ciertos estados emocionales. Por ejemplo: cuando te enojás, tal vez cerrás los puños, tensás los hombros, fruncís el ceño. Cuando estás triste, bajás la mirada, tu cuerpo se cierra y tu respiración cambia. Son patrones que, si bien parecen automáticos, en realidad los activamos nosotros. Y ahí está la clave: si aprendimos a entrar en ellos, también podemos aprender a salir.

La buena noticia es que los estados emocionales no se nos imponen como si viniera un espíritu a poseernos. Al contrario: somos nosotros los que los activamos. Y si logramos identificar los pasos que nos llevan a ellos, podemos interrumpir el patrón y cambiarlo.

Pensá en esto: cuando estás alegre, ¿cómo se comporta tu cuerpo? Te movés más, sonreís, tu respiración es profunda, tenés energía. Lo inverso sucede cuando estás decaído. Entonces, si empezás por cambiar la fisiología —la postura, el movimiento, la expresión facial—, podés cambiar el estado emocional.

Sí, es al revés de lo que siempre creíste: no es el estado emocional el que afecta al cuerpo, es la fisiología la que activa la emoción.

Por eso, si identificás que estás cayendo en un estado emocional negativo, podés actuar rápido. Si sabés que te empezás a cerrar, que te ponés la capucha, que evitás el contacto visual… podés cortar. Respirás profundo. Caminás. Saltás. Sacás el cuerpo de ese patrón que lo está llevando al pozo.

Te doy un ejemplo personal: cuando me enojo, lo primero que hago es ponerme la capucha, como si me tapara del mundo. Me cierro. No quiero que me hablen. Pero sé que si sigo ese patrón, voy derecho a un lugar oscuro. Entonces, ¿qué hago? Me obligo a hacer algo que interrumpa ese protocolo: salgo a caminar, salto, escucho música. Cambiar ese momento me sirve como ancla emocional. Me recuerda mi poder, mi capacidad de accionar. Y me saca del pozo.

Vos también tenés esas anclas. Una canción, una rutina, una prenda que te guste, una serie de pasos que sabés que te levantan el ánimo. Empezá a usarlas.

Ejercicio práctico:

  1. Hacé una lista de los estados emocionales que te tiran para abajo.

    • ¿Qué patrón seguís cuando te invaden?

    • ¿Cómo cambia tu respiración, tu postura, tu rostro?

    • ¿Cómo se sienten tus hombros, tus manos, tu energía?

  2. Ahora hacé una lista de los estados que te recargan de energía.

    • ¿Qué cosas hacés cuando te sentís pleno, motivado, imparable?

    • ¿Qué canciones, movimientos, pensamientos activás?

  3. Convertí esas listas en herramientas.

    • Porque un estado emocional negativo no se combate “pensando positivo”, sino actuando diferente. La fisiología precede al pensamiento.

El conocimiento no sirve si se queda en el papel. Tiene que pasar de la información al cuerpo. A la experiencia. Y eso lo lográs repitiendo lo que sí te funciona, una y otra vez, hasta que se vuelve automático.

Porque dominar tus emociones no es reprimirlas. Es usarlas a tu favor. Aprender qué emoción aplicar para cada momento. Y eso, es una herramienta que te cambia la vida. 🐺